NI ES CHICLE NI ES CHUCHE: es petróleo + Ti O2 (E 171), entre otras cosas.
Exactamente es como dice el titular. Cada vez que nos metemos, o lo hacen nuestros hijos, un chicle en la boca masticamos acetato de polivinilo sólido (y plastificado) obtenido a partir del cracking del petróleo (igual que lo son los líquidos que expulsan las mangueras de las gasolineras de la ciudad) a la vez que nos metemos bióxido de titanio (E 171), en fase de prohibición por la autoridad sanitaria de la UE, dados sus riesgos para la salud.
No es por alarmar, pero para que se entienda: el acetato de polivinilo se obtiene a partir de la reacción de etileno, ácido acético y oxígeno, en presencia de un catalizador de paladio. Todo muy sintético, químico y anti natural. Y eso es, entre otras cosas, lo que mastican especialmente niños y adolescentes, estimulados por floreciente negocio de más de 30.000 millones de dólares al año.
Pero no siempre fue así.La humanidad a lo largo de su existencia, ha masticado resinas naturales (se han encontrado pruebas en dientes del mesolítico y neolítico) que hacen pensar que las utilizaban como higiene dental y para entretener el hambre. Por contra, el origen del chicle moderno, se halla en las selvas de la zona del norte de Centroamérica y el sureste de México, donde los mayas aprovechaban la sabiandel árbol “chicozapote” para masticarla con las finalidades ya descritas.
Existen diversas teorías sobre el “inventor” de la gama de mascar, que involucran tanto a Thomas Adams ( de ahí el nombre comercial de un afamado chicle) como a su amigo el general Santa Ana o el avispado farmacéutico John Colgan, al que se atribuye la idea de aromatizar la goma utilizando bálsamo medicinal de tolú.
No obstante, la auténtica expansión del consumo de chicle se produce en los años cuarenta cuando las tropas norteamericanas llegan a Europa para combatir al nazismo y lo hacen, metralleta en mano, masticando chicle y fumando Marlboro. Lo que convierte al chicle y al tabaco en compañeros casi inseparables de una icónica nueva época.
Pero volvamos al principio. El chicle además de acetato de polivinilo y partículas nano tecnológicas de bióxido de titanio (utilizado como blanqueante) contienen una altísima cantidad de azúcar y/o alternativamente, edulcorantes y plastificantes artificiales, saborizantes sintéticos, colorantes químicos, etc. En definitiva, las pequeñas pastillas de chicle son un compendio (sin valor nutricional ninguno) de lo que nunca deberíamos meternos en la boca ni permitir que lo hicieran las personitas más pequeñas de la casa, dada su especial vulnerabilidad.
Pero además, qué necesidad hay de consumir productos tan insanos cuando existen, alternativas tan saludables como los frutos secos, el regaliz de palo o las frutas escarchadas , por ejemplo.
Y en cuanto al bióxido de titanio (Ti O2), la comisaria de Salud y Seguridad Alimentaria de la UE, Stella Kyriakides, no ha podido decirlo con mayor claridad: “La seguridad de nuestros alimentos y de la salud de nuestros consumidores no es negociable. Hoy hemos actuado con decisión con nuestros Estados miembros basándonos en la ciencia para eliminar un riesgo de un químico utilizado en la comida”.
La cuestión es que esta medida llega tras millones de toneladas de chicles ingeridos por los consumidores y hasta la fecha considerados como como seguros. De ahí nuestra convicción de que si LA INFORMACIÓN ES PODER Y LA ECOLOGÍA ES VIDA, ayúdanos a difundir y comparte!!